Arte a nuestro nivel y arte al nivel de los profesionales. De eso vamos a hablar hoy, de la que sale de las manos de Francisco Bores y que se expone en el Thyssen. Yo la vi este fin de semana, ya que desde que compramos bolsas de Plásticos Alhambra para mi tienda estamos ahorrando un dineral y me queda algo a finales de mes para poder permitirme un caprichito como una escapada a Madrid a ver pintura, que es algo que me fascina desde niña.
Hasta el 5 de febrero de 2017, en el balcón de la primera planta, y con acceso gratuito, se puede contemplar la exposición “Francisco Bores. Gouaches para ‘El Cuervo’ de Poe”, dedicada a la serie de gouaches que Francisco Bores pintó en la primera mitad de los años sesenta para ilustrar el poema “El Cuervo” (1845) de Edgar Allan Poe. Inéditos hasta fechas recientes, estos doce gouaches se exponen ahora por primera vez junto a un lienzo de la misma época: Paisaje de verano (1965).
A diferencia de los ilustradores más famosos del poema de Poe, como Édouard Manet o Gustave Doré, Bores elimina cualquier elemento narrativo. Sus imágenes del cuervo (solo o en compañía de Eleonore) recuerdan a las del pintor simbolista Odilon Redon, pero con un lenguaje más lírico y sensual. Su aproximación al poema se aleja del tópico romántico y se sitúa en el contexto de la relectura del escritor americano por parte de autores como Charles Baudelaire, Stéphane Mallarmé o Paul Valéry, para quienes Poe había abierto el camino a la consideración de la obra literaria como un ente autónomo, un artificio.
Al igual que en Paisaje de verano, en los gouaches de “El Cuervo” Bores se acerca a la abstracción pero sin renunciar a la realidad visual. Los motivos se estilizan fruto de la sumisión a un espacio constreñido y a una disposición centrípeta. Gruesos arabescos negros disocian los planos de color que, ordenados en valores armónicos (en lugar de en contrastes de tono), sugieren diferentes profundidades espaciales.
Además, el artista obtiene de la técnica del gouache la máxima expresividad. Frente a sus óleos, de elaboración más cuidada, estos conceden un mayor margen a la experimentación. Se diría que en su ejecución el pintor madrileño se siente más libre y especialmente a gusto. La transparencia y la cualidad mate del gouachele permiten conseguir una luminosidad tenue y equilibrada. Tanto en las ilustraciones presentes en la muestra, como en el resto de su producción pictórica, Bores se mantuvo fiel a su convicción de que “la verdad debe expresarse a media voz”.
Quién fue Francisco Bores
Francisco Bores (Madrid, 1898-París, 1972) nació en una familia de la alta burguesía madrileña. Se forma en la academia del pintor valenciano Cecilio Pla. Desde 1922 ilustra revistas modernas y ultraístas como Horizonte, Tobogán, Plural, Alfar, España y Revista de Occidente, dirigida esta última por Ortega y Gasset. La primera gran presentación de su obra es en la Exposición de Artistas Ibéricos de 1925. Para entonces, cansado ya del desinterés del público madrileño hacia el Arte Nuevo, el artista había decidido marcharse a París, donde residiría hasta el final de su vida.
En sus primeros años en París, se acerca al lenguaje cubista y hace suyo el método de trabajo “deductivo” de otro gran pintor madrileño: Juan Gris. Más adelante, el artista deja atrás la estricta geometría cubista para dotar a sus lienzos de la espontaneidad del surrealismo. Tras una visita a Provenza en el verano de 1929, la luz y el ambiente cobran una nueva importancia en su pintura, recogiendo así la herencia impresionista.
Considerado ya por entonces por la crítica francesa como uno de los referentes de la Escuela de París, Bores resumiría en las siguientes palabras su concepción del arte como jouissance (o disfrute de los sentidos): “La pintura es un acto sensual, se la puede considerar como una fruta que saboreamos con los dedos, su piel se identifica con la nuestra”.
A partir de 1934 la obra de Bores adquiere un carácter más intimista. Incluso durante los difíciles años de la ocupación alemana de París, en los que se vio obligado a separarse de su mujer y de su hija, continúa trabajando en escenas de interior de calculada luminosidad.
El final de los años cuarenta y comienzos de los cincuenta constituyen un periodo fructífero. Tras adquirir cierta solidez económica, puede dedicarse de manera intensa a la pintura y a reflexionar sobre su labor artística. En esta época, Bores reduce la consistencia de figuras y objetos en favor de una mayor luminosidad y transparencia espacial. El resultado es una pintura de una pureza formal cercana a la abstracción, pero sin renunciar a la verdad visual.